Navidad sin árbol.

El pasado diciembre me rehusé a comprar árbol navideño. No quise comprarlo no porque no me gusten sino porque no sentí el deseo de decorar mi casa con luces y esferas de colores. Sólo coloqué un nacimiento y una nochebuena, y mientras lo hacía; me puse a pensar en todo lo que se ha tergiversado el significado de un día tan especial. Se ha vuelto más un requisito de la sociedad que un día de agradecimiento. Las tiendas atiborradas con objetos alusivos venden felicidades momentáneas que inician con una sonrisa y terminan con la tarjeta de crédito. El árbol de navidad y el significado de los ornamentos decorativos ha ido cambiando a través de los tiempos. Se cree que hasta principios del año 700 un evangelizador Alemán tomó la costumbre de los nativos europeos que adoraban al dios del sol, adornando un árbol para venerarlo, este evangelizador lo cambió por un pino para simbolizar el amor de Dios, luego lo decoró con manzanas como símil del pecado original y con velas para simular la Luz de Jesucristo en el mundo, (no quiero imaginar cuántos incendios hubo) hoy en día en lugar de manzanas y velas, colocamos esferas y luces. Tampoco es que pensara saltarme la navidad o que me pusiera en huelga contra la mercadotecnia, simplemente que opté por disfrutar más el significado de la fecha. Me sigue entusiasmando tener a mi familia reunida, preparar la cena y abrazar a mis seres queridos, decirles cuánto los amo, dar gracias por esos momentos que no tienen precio. Este 2014 no hubo esferas en mi casa, ni moños, ni renos, ni galletas de jengibre o Santa Claus, tan sólo un nacimiento y una nochebuena. Observo la nochebuena que coloqué sobre la mesa y sonrío. La flor de nochebuena era utilizada por los mexicas para honrar al dios del sol, era un símbolo de vida nueva y creían que el color rojo se lo daba la sangre de los guerreros en sus sacrificios. Mucho tiempo después los españoles la tomaron como objeto decorativo para estas fiestas decembrinas. Se que Dios está en todas partes, en el amor de mi marido, en el abrazo de mis padres, en el cariño de mis hermanas, en el saludo de un amigo, en el aprecio de mis perritos, en la sonrisa del extraño. Dios está en todos los pinos de navidad e inclusive en esta única flor roja con forma de estrella que aún adorna mi mesa y que a su ves parece corresponder a mi sonrisa.

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