El extraterrestre y yo.

La primera vez que vi al extraterrestre eran las seis de la mañana, a mediados de enero de 2003. Lo recuerdo perfecto, como si hubiera sido ayer, pues la impresión que me causó la llevaré conmigo toda la vida, así como su imagen. No puedo explicar con palabras la sensación que experimenté, era tan distinta al miedo o al temor, era tan peculiar como ese ente que tenía enfrente, quizá porque los miedos son aprendidos y temerle a un extraterrestre no estaba en la lista. Abrí los ojos por la fuerza de la luz que había en la ventana de mi recámara y lo descubrí ahí, parado a un lado de mi cama, observándome con sus ojos negros de ónix, con su piel translúcida entre el gris espectral y el blanco etéreo: Era bajito, flaco y sin sexo, con una raya delicada por boca y dos pequeños orificios en la nariz. Se quedó mirándome por un minuto o lo que a mí me pareció un minuto; yo, creyendo en ese momento que estaba en un sueño, me percaté que no era así y salí de la modorra para quedar estupefacta al comprender que eso que me pasaba cada vez más seguido y que no encontraba explicación al momento de quedarme dormida, era debido a ese ser extraño. De alguna manera estaba ahí para decírmelo y por muy loco que parezca, sentí que se estaba despidiendo. Recuerdo haber pensando: Dios mío, es un extraterrestre, por eso cuando rezo no se va. El extraño visitante empezó a desvanecerse lentamente, dejándome con más incógnitas que las que me venía planteando desde tres años atrás. Una vez que se fue, me incorporé y me dirigí a la recámara de mis papás. Me paré a un lado de mi padre. —¿Qué tienes?—, me preguntó medio dormido al percibir mi presencia. —Acabo de ver un extraterrestre en mi cuarto. Mi mamá volteó a verme y mi papá me miró sin decir nada, abrió las cobijas y me acurruqué en el medio de los dos. Todo empezó en julio de 2000. Estaba quedándome dormida cuando noté una energía muy fuerte que paralizó todo mi cuerpo, escuché un sonido muy similar al que emiten los trenes al momento de iniciar la marcha, después percibí unas palabras que no entendí y la sensación de agua en el oído. Luché por abrir mis ojos y alcancé a vislumbrar una nube blanca que empezaba a desvanecerse. Aturdida, pensé y me dije: Es sólo un mal sueño. Sin embargo, ese “mal sueño” siguió ocurriendo cada vez con mayor frecuencia, sin importar donde estuviera, lo mismo en mi casa, en el rancho de mis abuelos en San Vicente o en la casa de mis tíos en Carson, California. Luego de varios meses, me animé a contarle a mi mamá, porque llegué a tener miedo de quedarme dormida. Nunca he sido muy religiosa, aunque viendo la situación, prendí inciensos, eché agua bendita y repeti los padres nuestros que fueran necesarios para sentirme protegida. No obstante, era inútil, pues inclusive cuando estaba luchando, por así decirlo, con la energía extraña y yo consciente, me aferraba a la plegaria aprendida de memoria y nada. Se iba cuando le daba la gana, dejándome con muy pocas fuerzas y la impresión de haber salido del planeta. Estuve lidiando con eso por tres años, luchando por encontrarle una explicación lógica, sin encontrarla, hasta esa mañana de enero donde pude ver al extraterrestre y al fin descansé. Desde entonces, no ha vuelto a sucederme, he contado esta anécdota muy pocas veces, pues entiendo que la mayoría de la gente no crea, ya que literalmente es algo increíble. Meses después estaba viendo un programa de un canal de Londres, donde entrevistaron a personas que habían tenido contacto con extraterrestres. Me quedé muy sorprendida al comprobar que eran las mismas experiencias que yo había tenido. A diferencia de una marca atrás del cráneo, que se borraba en un tiempo, si la tuve o no, ya no hay manera de comprobarlo. Hasta la fecha, salgo por las noches, observo las estrellas y me pregunto: ¿Qué hay más allá? Sinceramente, me gustaría volver a ver al extraterrestre, tengo muchas preguntas por hacer, me siento privilegiada de haber vivido esa experiencia tan extraordinaria, tan única. Me queda claro que no estamos solos y que hay vida en otros planetas. Que quizá somos observados por otros, al igual que nosotros observamos a las hormigas; que, por cierto, tienen mucho parecido con los humanos, pero ése es otro tema…

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