Una experiencia ecuestre muy diferente.

Les comparto mi escrito para la revista Coma Suspensivos. www.comasuspensivos.com.mx Andrea es una niña de piel clara, cabello oscuro y rizado, recogido en dos coletas. Tiene seis años y parálisis cerebral. La conocí un lunes hace un par de semanas, durante su equinoterapia. Estaba recostada, bocabajo sobre el lomo de Castaña, un caballo color canela. —Hola Andrea —saludé. Ella, al escuchar mi voz, hizo un gran esfuerzo por volver su cabeza y fijar la mirada. Le llamaron la atención mis lentes de sol, me di cuenta porque arrugó el entrecejo y después mostró el asomo de una sonrisa, que le cambió la expresión en el rostro. —¿Cuánto tiempo lleva tomando la terapia? —pregunté a Magui, la encargada —Tres años. —¿Ha notado evolución desde que iniciaron? —quise saber. —Sí, ha sido increíble —respondió—, cuando Andrea llegó era semejante a una muñeca de trapo, no tenía nada de fuerza. Ahora ya puede empujarse un poco y aunque ha sido lento, estamos muy contentos con el avance. Sabemos que va a seguir mejorando. Me acerqué a la niña, extendí mi mano para tocarla. Ella tomó mi dedo índice y lo envolvió con sus deditos. Entendí su saludo: Un ligero apretón. Con él me decía hola, me contaba que la terapia iba bien. Quise observar un poco más del método terapéutico. Andrea se abrazaba al caballo, sintiendo la crin, dejándose llevar por la cadencia del animal, al tiempo que Magui se encargaba de protegerla, caminado a un lado. La equinoterapia estimula las articulaciones y los músculos del ser humano. Se presume que los movimientos del caballo son semejantes al caminar del hombre, por tanto, las personas que tiene alguna discapacidad se sienten protegidas y fuertes con el vaivén del equino. Esta actividad rehabilitadora provoca una evolución en el área psicológica, congnitiva, neuromuscular y social, disminuyendo así la ansiedad, ayudando a superar los miedos, estimulando la comunicación, mejorando la capacidad respiratoria, fortaleciendo los músculos, entre muchas otras más ventajas. La bondad de los animales es sanadora. ¿Cuántos de nosotros, que tenemos y convivimos a diario con una mascota podemos dar testimonio del amor incondicional que son capaces de dar? En este caso, Castaña muestra una paciencia y una docilidad que van más allá del simple entendimiento y comportamiento animal, es como si supiera a la perfección que Andrea necesita de su apoyo. Existe una conexión, un enlace que se siente, se percibe en el aire, un hilo dorado que los engancha, los ata de manera mágica, profunda, espiritual. No hay necesidad de hablar, tan sólo de sentir, de palpar. Las manitas de Andrea tocan a Castaña y esto le despierta las sensaciones, los sentidos. Castaña, por su parte, percibe la sinceridad que existe en el corazón de Andrea y continúa su paso, le transmite esa fortaleza de animal salvaje, de trote seguro, de libertad y se vuelven uno, confían, avanzan, experimentan. Veo la escena y no puedo evitar compararla con la fragilidad de la vida y sus enseñanzas. Para Andrea es un caballo, para mí ese caballo es un sueño, una meta, una pasión. ¿Cuántas personas en este mundo no aprovechan la oportunidad de subirse a ese caballo para crecer, avanzar, mejorar en cualquiera que sea ese sentido? Haber conocido a Andrea y la equinoterapia de cerca, aparte de percibir la fortaleza de la pequeñita para enfrentarse a la vida, me deja también la moraleja de que no importa el impedimento al que nos enfrentemos, la fortaleza de espíritu es mucho más poderosa que el esqueleto.

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